Me marcho lejos a donde nadie me encuentre, en donde no
pueda sentir dolor, donde se me borren los recuerdos, donde no me sienta morir.
No quiero escuchar a mi corazón.
MARTÍN PEREGRINO
lunes, 3 de febrero de 2014
lunes, 21 de octubre de 2013
viernes, 16 de agosto de 2013
viernes, 21 de junio de 2013
miércoles, 29 de mayo de 2013
LOS CAMINOS DE LA VIDA
He
sido fácilmente persuadido. La vida en la sierra me ha convencido más que los
libros.
Con
buenas intenciones muchos académicos, sobre todo sociólogos y antropólogos, han
explicado la pobreza rural a partir del ejercicio abusivo del poder que siempre
fomentó la explotación del campesino. Pero eso explica solo una parte del
problema, y a la vez, esconde una cuestión fundamental que la vida en la sierra
denuncia a gritos: ¡Falta de carreteras!
Hay
que vivir en la sierra, no digo estar de “pasadita”. Hay que vivir en la sierra
repito. Así podremos comprobar con nítida evidencia que la miseria rural es actualmente
una triste consecuencia de la ausencia de caminos, la dispersión poblacional, la
vida aislada y ensimismada de los caseríos y centros poblados del Perú rural.
¡Acortemos
las distancias!
Perforemos
y cortemos las montañas pero no para extraerles mineral y sacarlos del país
sino para comunicarnos. Hagamos túneles, surquemos los cerros con caminos,
maquillemos las pampas con pistas, burlemos los ríos con puentes de todos los
tamaños, construyamos ferrocarriles por doquier, hagamos carreteras por todas
las tierras. Donde se abre paso una carretera aparecen –sin comerlo ni beberlo–
mil y un oportunidades, un plus de necesidades, y a la larga, servicios de toda
índole.
Cuando
a las personas les toma poco tiempo desplazarse de un pueblo a otro, las
relaciones políticas y económicas empiezan a proliferar, y allí donde las
personas se interrelacionan irrumpen las necesidades, y cuando más necesidades
hay, como por arte de magia, los hombres se ven empujados de modo irresistible
al movimiento, a la actividad, a la producción, al diálogo social, a la presión
política, etc.
Mientras
en las ciudades a muchos niños los recoge una combi en su casa y los deja en la
puerta de su colegio, ¿saben cuánto demora caminando un niño campesino para
llegar a su colegio en la sierra más intransitable de Cajamarca? Pues nada
menos que dos horas y media, una agresiva caminata que le quita cinco horas al
día y las pocas energías que le quedan para “estudiar”. Y mientras no haya una
bendita carretera que conecte a su caserío con alguna urbe, será casi imposible
que lleguen a su casa servicios tan básicos como agua potable, energía
eléctrica, posta de salud…
Este
es el Perú que debemos cambiar. ¡Hagamos muchos caminos al andar! Enfrentemos
la agreste geografía serrana y hagámosla transitable.
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